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Artículos
Entre las voces, un camino ...
Ya son más de dos horas que estoy andando y andando. Sí, desde las cuatro de la mañana
PUBLICACIONES 01-01-1960
Las Salinas

 Víctor Arpasi
Ya son más de dos horas que estoy andando y andando. Sí, desde las cuatro de la mañana que salí somnoliento a cruzar esta interminable laguna. Ya son las 6 y cuarto, y no termina.  ¡Qué problema éste de ir a Tucsa donde jamás he ido; pero tengo que hacerlo! Aunque cansa esto de andar y andar en este suelo húmedo, barroso. Y enantes no más estaba dando vueltas y vueltas... ¡perdido! Si no hubiera recibido la nota de mi compañero para que le ayude en las elecciones comunales, estaría todavía en Cieneguilla pensando en lo que voy a hacer en la Oficina de la Cooperativa...Pero, ahora, aquí estoy en medio camino... Y perdido...
(¿Qué tienes? Cálmate. Ya no llores, por favor... Vamos, a ver, siéntate aquí. ¿Me dices que tu padre ya no quiere saber nada de ti? ¿Por qué? ¿Por qué? No lo comprendo; si es tu padre, y sé que lo amas mucho. No sé cómo puede suceder esto... Así, de la noche a la mañana; ni loco que estuviera. Si te ama, ¿dónde...? ¿Dónde el amor hacia la niña más grata?... Dime, ¿cómo has llegado a saber tan terrible noticia? ¿Te ha escrito? A ver, préstame la carta.  ¿Qué...?  ¿La has roto?  ¿Cómo? Ah, no te ha escrito,... ¿Qué te ha devuelto tus cartas sin abrirlas? ¡Qué raro! ¿Por qué? ¿Que te han dicho  que no quiere saber nada de ti? Pero ¿por qué? Algo grave debes haber cometido; porque ¿así tan rudamente su desprecio...? No lo comprendo...
Bueno, no llores... Siento que la respuesta me duele en los labios. Esa repuesta cava una sombra en mi mente. No. No debo dejarme arrastrar por el absurdo...Escucha, pequeña, no sé si yo tenga algo que ver en esta situación... Tal vez; pero yo te ayudaré, así se me vaya la vida y el corazón en ello.  No soy quien para juzgar la actitud de tu padre; no me gusta juzgar la vida de nadie. Ahora, lejos de tu hogar, es necesario que regreses a tu tierra, allí están quienes aún te aman y te serán de formidable ayuda. ¡Oh!, ¿no quieres regresar? Vamos, vamos, vuelve y demuestra que no estás vencida, demuestra que no hay obstáculo alguno que no se pueda vencer ni barrera que no se pueda transponer; a más golpes levanta más tu cabecita; así haya uno y mil problemas, piensa que tiene que haber una solución. Mis fuerzas no son muchas, pero puedo ayudarte como dice aquel vals: ‘yo seré, seré tu guía, todo lo que tú quieras yo seré'. Regresa a la tierra, pequeña, regresa, por favor. Y vas a ver cómo cambiamos ese mandil azul que tienes ahora por un mandil blanco, como era tu deseo, ¿sí?).

Voy a comer un pan para que me dé un poco de energía, como lo hacen los comuneros que parece que con puro pan nomás están; aquí venden el pan a cuatro por cinco soles, aunque yo puedo cambiar pan por un poco de sal, y esto que en Ubandine, un sitio de la salinera, escogen sal ─un montón─ por veinte soles. Los comuneros no pueden vender la sal: está prohibido, porque la laguna de sal pertenece a la Empresa de Sal, que es del Estado...  ¡Qué hermoso es el paisaje!  Allá está el Ubinas durmiendo, ¡qué volcán para más feo! Allá, por el Norte, está el cerro alacrán  así lo llamo yo porque se parece a al bicho ese; ah, por el Sur, el Pichu-Pichu con su cumbre de doble pestaña; al otro lado está la comunidad de Talamolle, de Puquina, donde tantas veces he ido... ¡Uf!, nunca he andado tanto como ahora... Esta es una laguna interminable, que no acaba nunca, creo... Allá lejos veo una figura dando vueltas: parece una bicicleta; se ha detenido. Ojalá la alcance y me indique el camino.  ¡Vaya!, el piso que estaba duro y seco se está volviendo cada vez más fangoso...  Aquí hay montones de tierra, deben ser los límites para los cercos de sal; entonces quiere decir que por aquí ya son tierras de Tucsa.  Esto de los límites son una zoncera. Aquí en esta laguna tenemos las comunidades de Salinas que pertenece a Puquina, Santa Lucía que pertenece a Ubinas, y ambas a Moquegua; aquí por este lado está Huito, que ya es Arequipa, ¡aja!, y yo que vengo de Moquegua más paro en Huito, bueno, para mí todos son comuneros de la laguna.  Esto es de los límites crea absurdas divisiones, no solamente en el terreno, sino en el mismo espíritu de las gentes, y cómo será en las llamadas fronteras, y ahora que se habla de fronteras vivas y se habla de nacionalismo y se habla de tantas cosas más. Pero aquí de lo primero que se habla es de ‘¿cuándo nos van a pagar?', de ‘¿cuándo recogerán la sal?', de que...en fin, todo referido a la sal, pues la sal es la vida para los comuneros...
(¿Tiene usté lechecita para darle a mi hijito? Sí, lechecita quisiera.  ¿Se acuerda usté cuando vino la otra vez, cuando estábamos enfermos? Ah, cuando vine la primera vez a la laguna, cuando me alojé allá arriba.  Esa vez pues nos trajo leche en tarro; demuesté pues leche para mi hijito. Si, pero tengo leche dulce nomás. No importa, la mezclamos con agüita. Abajo la tengo; mañana le traigo, mañana. Este chiquito casi se nos muere aquella vez, pero ahora está gordito. Uh, esa vez nos enfermamos todos y no había medicinas, no había nada, nada, de Arequipa no venían. Todos se enfermaron; no sé qué nos dio. Estamos muy abandonados nosotros, no hay ni carne. Ahora están trayendo esa carnecita; es de alpaca. Ese hombre no es de aquí. ¿A cómo venden el kilo de alpaca? A 22 soles, présteme 15, para comprarme algo.  Mejor le pago adelantada la pensión, hasta el día jueves, y mañana le traigo la leche dulce, es condensada...).
¡Uf, qué calor!, mejor me saco la chamarra. La amarro a la cintura, y ya. El poncho cómo pesa también... Voy a comer una naranja.  Ésta está verde; buscaré otra: ésta está más o menos. ¡Uf, qué calor! ¡Qué calor, caramba! Y enantes cuando vi los reflejos que parecían espejos, me dije "algo raro hay en medio de laguna", y desvié mi camino. ¡Qué camino! Si aquí no hay camino alguno, ¡no hay! ¿Dónde están las mariguanas que vi? ¡Yo he visto pariguanas!...y de repente ya no hay nada, nada.  ¡Chispas!, creo que estoy viendo espejismos. No, no; yo he visto tres pariguanas, rosaditas ¡Qué hermosas son las aves de la sierra! ¡Qué calor!... Caramba, ¿qué cosa es esto? ¡Uh, un lodazal! ¡Un bofedal! ¡Cómo he venido a meterme aquí!  ¡Uf! Allá, lejos pasa otra bicicleta: ¿Me dice adiós? ¿Pero cómo salgo de aquí? ¿Cómo? Ya estoy chorreando agua por el calor.  Son las 7 y 30 de la mañana. Lo que cansa es la tremenda inmensidad de la pampa...¡Eso es lo que cansa! ¡La incansable planicie de la laguna! ¿A donde estará el final? ¿A dónde?
  

(Oye, lo que nos propusimos lo conseguimos. Nos unimos tal la brisa con la frescura; tal el río con el agua; sin embargo, ahora todo debe separarse. Te vas. El adiós ya está en tus ojos, en tus gestos.. Ya no hay manera de encontrarnos en nuestras coincidencias o en nuestras diferencias. Aunque mi vida es parte de ti todavía, te vas irremediablemente. Ya no existe el eslabón de cuando íbamos desaprensivos por las avenidas y corríamos gritando, riendo..., a ratos, nos acurrucamos bajo la sombra de alguna palmera y las palabras se nos iban hacia el futuro: cómo íbamos a construir nuestra casa y cómo cuidaríamos a nuestro niño. Éramos dos en uno que se iba por la campiña jugando y riendo: tú loca y yo todo ternura. Sin embargo, a veces llorabas. Tus lágrimas queman mi memoria. ¿Quién de los dos tiene la culpa? ¡Para qué hablar de culpa! Yo no creo que tú la tengas, menos creo que yo la tenga. Debe haber sido la ausencia, el trabajo, el tiempo, la misma necesidad de sentirnos libres, acaso el hastío; pero qué hermosos fueron esos años. ¿Te acuerdas de la primera vez que viajamos juntos? Me llamaste por teléfono y te dije: "Feliz viaje" y quisiste llorar y cortaste. ¡Cómo llamarte para hablarte un poco más! Volviste a llamar y me susurraste «Viajemos juntos». «Bueno», te contesté. Tenía que trabajar al día siguiente, pero qué importaba: nuestro amor era lo primero, nuestro amor desplegado sin medida en nuestros propios actos. Y viajamos, y llegamos tan de noche que no supimos a dónde ir.
¡Vaya!,  ahora, sí comienza lo bravo.  El suelo que estaba helado, duro, más y más se va derritiendo.  No vaya a ser que encuentre un pantano y ¡zas!  ¡No!, ¡no!, qué bah! Veamos, aquí parece que hay un cerco, ¡claro! ¡Aquí hay otro cerco!  Debe ser el de Santa Lucía. Muy bien. Aquí veo algunas huellas de carro, entonces éste es un camino; aunque está puro barro me debe conducir a algún sitio: tal vez a la salida. Ojalá... Sigamos.  Ahora, ¿para a dónde voy?  Hacia allá miro unas casas; para allá iré. No debo desesperarme. Casi me hundo aquí... Cómo se revuelve el camino. Parecen olas y olas de sal y barro. En la noche, todo debe congelarse por el frío. Todo. Ahora el sol está alto y el poncho cansa, pero si no lo hubiera traído el frío de la madrugada me hubiera punzado el cuerpo; ahora pesa y molesta, pero más tarde me va a servir otra vez contra el frío... Ya estoy demasiado agotado... ¡Oh, el suelo se está volviendo firme!, qué bien! Bajo mis pasos se quiebran los vidrios de la sal.


(¿Los ve? Están serios. Aquí van llegando los delegados de Santa Lucía. Ya están los de Huito y de Salinas. Las familias que viven alrededor de la cooperativa, también están. Ha venido el presidente de la organización que había viajado a Arequipa, y parece que las noticias son negativas. Cada comunidad ya acordó enviar una delegación a Lima para pedirle al gobierno que nos entreguen las Salinas. Además la laguna pertenece a las comunidades. Estamos decididos a todo. Dicen que no podemos hacer nada, porque puede venir la policía a llevarnos presos, porque los bienes del Estado no los puede tener un particular. A ver, diga usted. ¿Y todos los robos que hacen los cogotudos? ¿No roban millones y millones del Estado? ¿Quién les dice nada? Nosotros no queremos robar; queremos que nos den lo que es nuestro, lo que es de las comunidades.  Si ésta es la revolución de los pobres,  ¿qué  somos nosotros? ¿Ricos?  ¡Somos los pobres! ¡Los pobres!, entonces la revolución es de nosotros, y ¿por qué nos abandona? ¿Por qué nos pagan miserias y hacen perder nuestros montones de sal? Esta asamblea va a ser determinante.  Vamos a acordar ir a la ciudad, a Lima, a todo sitio.  ¡Qué vamos a hacer! La nevada pronto ha de venir, y la sal que cuánto trabajo nos ha costado recoger se va a perder. ¡No es justo! ¡Tenemos que hacer cambiar el viento y si hay tempestad no será culpa nuestra!).

No pensé que el frío endurecía el suelo así, que lo congelaba tan duramente, y que luego el sol lo volvía cenagoso... Debo apurarme. Mi compañero debe estar preocupado que no llegue todavía. ¡Cómo pude engañarme con el tiempo y la laguna!

Anoche llegaron los delegados de Arequipa. Con ellos vinieron los de la Empresa. Al poco rato llegaron dos camiones. La reunión fue breve. Al final corrió de mano en mano una botella de aguardiente. El frío contrastaba con la esperanza que comenzó a sonreír en la mirada de los comuneros. Recuerdo las voces de las mujeres salineras. Duras y tiernas a la vez a lado de sus maridos como cuando en la laguna levantan los muros para que el agua deje la sal por la fuerza del sol. Allí estaban en amigable conversación. Las soluciones llegan cuando se buscan con esfuerzo... Ahora estoy en este camino que no acaba...

¡La orilla! Al fin llegué a la orilla. Allí veo un ojo de agua. Es agua dulce. Descansaré un ratito. ¡He llegado a la orilla! Estoy contento. Cansaba ver la laguna que no acababa; no había más que camino de sal y barro, mas ya todo quedó atrás. Ahora ¿dónde quedará Tucsa? Veamos con calma.
 


Allá veo una casa grande, parece un fuerte como los del oeste americano, sí, es una casa cuadrada, grande, plana, uh, cerca hay otras casas de techos que reflejan el sol, deben ser de calamina, hay manadas de llamas por allí. Mejor me dirijo hacia la izquierda, veo por allí una casa humeando, deben estar preparando el desayuno. Descansaré un momento, recobraré mis fuerzas, y seguiré la ruta. No sé, pero todo lo veo más cerca, todo más tranquilo, será porque he llegado a la orilla. Comeré un pan y una naranja. Debo regresar de inmediato, porque la situación está resuelta... Pienso, que el camino será más fácil, debido a que el terreno ha de estar duro nuevamente por el frío de la cordillera... Veremos.

(¡Hola! ¿Cómo estás? Aquí me tienes... ¿Cómo va el pequeño? ¡Qué manera de encontrarnos! Yo estaba por Salinas y supe de ti. Estaba perdido entre los papeles y los problemas de los comuneros, cuando me hablaron de ti. Y aquí me tienes en el recuerdo y en la búsqueda. No hay duda que estás en la plenitud de la vida. Estás más hermosa como una canción de alegría, si pareces el inicio de la primavera. Mira, qué ironía del destino. Cuánto más lejos me iba, cuánto más crudo era el clima, buscando, el tiempo para herir mi cuerpo y olvidarte, porque a pesar de mi apariencia tranquila, la desesperación minaba mi vida, pero te he hallado de nuevo. ¿Cómo ha sido tu vida? ¿Preocupada por los problemas?, y mira que estamos sufriendo una terrible crisis económica... ¡Cómo habrás malhadado tu suerte! ¿O has sonreído con tibieza? Sabía que iba a encontrarte, y ya vez, ¡te he hallado! Así de improviso. Pero, ahora, nos marcharemos los dos, los tres; tú con mi esperanza y yo con tus recuerdos, y haremos el porvenir de tu destino que tanto cuidaste. ¿Vamos?).

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